Mis inicios por GNU/Linux

Mis inicios por GNU/Linux

He pensado en redactar esta publicación para compartir mis primeras experiencias con GNU/Linux (como se suele hacer), ya que hace poco más de 8 años fue cuando empecé a utilizar este sistema operativo personalmente en mi ordenador principal, y que poco a poco empezó a convertirse en mi sistema operativo principal, tal y como lo sigue siendo en estos días.

No obstante, mi primer contacto con GNU/Linux lo tuve a principios del año 2006, concretamente con la distribución Debian Sarge, cuya versión numérica era la 3.1 (y no, no estoy hablando de la inmencionable pionera de los pantallazos azules).

No lo instalé yo siquiera, ya no sólo porque nunca antes había tocado un sistema GNU/Linux, sino más que nada porque estaba ya instalado en un equipo que no era mío. Era una torre con un Pentium III de poco más de 700 MHz y con unos 64 MiB de RAM. Uno de los pocos ordenadores que había en una biblioteca pública que había cerca de mi casa que ya tuvieran instalado GNU/Linux (el resto tenía Windows 98, 2000 o XP como mucho).

Yo por aquél entonces los únicos ordenadores que teníamos en casa y con los que trabajaba habitualmente era por una parte un IBM PS/1 2011 heredado del año 1990 con IBM DOS 4.00 como sistema operativo, una torre de formato AT con procesador Pentium MMX del año 97 con Windows 95 como sistema operativo, y una torre un poco más moderna, de formato ATX con un AMD Athlon de procesador y con Windows 98 instalado, aunque más tarde acabó teniendo el funesto Windows Me y el no tan malo Windows 2000.

Volviendo a ese PC de la biblioteca. El ordenador estaba suspendido. Lo único que podía ver en pantalla tras encenderlo era un fondo azul con el logo de la administración y un recuadro gris con un formulario que me daba la bienvenida. Cuando me preguntaba por el nombre de usuario, me quedé totalmente bloqueado. Porque claro, vengo de usar a diario sistemas monousuario. Ya empezaba a creer que era un ordenador reservado para el personal y casi estuve pensando en moverme a otro puesto libre.

Todavía probé a pulsar intro sin introducir el nombre a ver si por suerte me dejaba continuar. Nada. Ni tan siquiera escribiendo cualquier otro nombre. Empecé a mirar a mis alrededores y pronto me fijé que en la propia torre del equipo había un post-it pegado con fixo en el que se leía: “Usuario y contraseña: entrada”. ¡¿Era tan simple como eso…?!

Tecleé el nombre de usuario con su contraseña, y rápidamente aterricé en lo que era el escritorio de Debian 3.1 Sarge. Estaba muy confuso. No estaba para nada seguro sobre qué sistema operativo estaba tocando. Esperaba otra interfaz gráfica totalmente distinta a la que estaba viendo: ¡¿dónde está el menú Inicio?! ¿Qué es ese menú de arriba?. Eso sí, me sorprendió lo rápido que cargaba, en comparación a lo que estaba acostumbrado a ver en otros sistemas con otros equipos. Era como usar un sistema recién instalado limpiamente.

Ya empezaba a asumir que lo que estaba tocando no era Windows, ni tan siquiera Macintosh, que nunca lo había tocado en mi vida entonces. El entorno me parecía algo muy “raro” con respecto a lo que estaba acostumbrado a ver, así que lo primero que hice fue trastear con el sistema y explorar un poco lo que había por ahí. ¿Qué es esto? ¿Menú Aplicaciones? ¿Acciones…?

Tardé unos minutos en caer en la cuenta de que estaba utilizando GNU/Linux, aunque entonces lo llamaba “Linux” por desconocimiento y todavía hasta desconocía qué era una distribución (concepto que reconozco que me costaba mucho entender cuando más tarde me enteré de que no había “un solo Linux”).

Total, que después de gastar tres cuartos de hora de tiempo en tocar, navegar y trastear el sistema para ver un poco cómo funciona —¡oh! ¡una consola de comandos! Ups, aquí no funciona ni un “dir” ni un “md” ni tan siquiera un “cd..”… qué raro, ¿no?— ya metí mi disquete, abrí algo que me pareció al MS Office 2000 al que estaba acostumbrado a usar, que era ni más ni menos que el OpenOffice 1.0, y me puse a finalizar el trabajo que tenía pendiente de terminar —un momento, ¿qué ha pasado con las fuentes?


Fue muy breve el tiempo que llegué a trabajar con GNU/Linux en un ordenador por aquél entonces. Todavía seguía esclavizado con otros sistemas operativos no libres que por aquél entonces tanto idolatraba (a pesar de sus cuelgues y/o pantallazos azules en el caso de Windows).

No fue hasta finales del año 2008 cuando empecé a interesarme en el mundo de GNU/Linux más en profundidad. El panorama cambió: en mi casa el viejo PS/1 ya murió y en septiembre me compré un portátil para realizar trabajos más cómodamente con él. Era uno con un procesador AMD Turion a 2 GHz con 2 GiB de RAM y con Windows Vista preinstalado (¡puaj!).

Con las malas experiencias que estaba teniendo con este nuevo sistema operativo de Redmond estuve considerando dos opciones: o instalar Windows XP, o bien empezar a probar con GNU/Linux, haciendo memoria de la breve experiencia que tuve dos años antes.

Mi aventura comenzó: desde el portátil mismo abrí Firefox, busqué por “linux” y empecé a documentarme un poco sobre qué era GNU/Linux, cómo se distribuye y qué distribuciones existen (aunque de ello también nos hablaron en clase, pero muy por encima). Me costó varios días terminar de entender algunos conceptos básicos.

Ubuntu era entonces la distribución más popular y vi que en muchos sitios coincidían que era la más recomendada para usuarios noveles de este sistema, así que procedí a leerme detenidamente el manual de instalación a medida que iba descargando la imagen de Ubuntu 8.04, que ocupaba unos 700 MiB, a una escalofriante velocidad de descarga de 2 Mbps. En terminar, grabé la imagen a un DVD, reinicié el equipo, y…

¡Alucinante! Podía probar el sistema sin necesidad de instalar el sistema en el disco. Eso sí, parecía que iba muy lento desde el arranque, lo cual ya me daba malas expectativas (aun siendo consciente de que cargar el sistema desde un DVD iría más lento que cargándolo desde un disco duro).

Y aquí fue cuando empecé a pringarme las manos, configurando cuidadosamente todo lo que tocase desde el momento de la instalación, procurando no cargarme la partición de datos que tenía de Windows (tras informarme bien si era posible instalar Ubuntu junto a Windows) y todo acabó mejor de lo esperado.

Largas horas me pegaba al portátil para husmear el sistema, personalizarlo a mi gusto… hasta me atreví a tocar la terminal desde el primer día, aunque contaba con la ventaja de haber aprendido a manejar algunos comandos de la consola de DOS desde que era un crío con mi PS/1. Eso sí, los comandos evidentemente no eran los mismos (y de eso ya me percaté con Debian 3.1, aunque sólo lo toqué un poco por encima). ls, sudo, cd y echo fueron algunos de los primeros comandos de shell de GNU que aprendí, cuyas sintaxis en algunos de ellos me recordaban mucho a las de algunos comandos de DOS.

Como anécdota, recuerdo que una de las cosas que más me costó realizar desde la terminal fue cambiar de un directorio a otro. Por ejemplo, para acceder al escritorio, introducía cd desktop, devolviéndome bash que el directorio no existía —¿pero cómo es posible? ¡¡si lo estoy viendo ahí, con ls!!—. Tardé mucho en probar a acceder escribiendo cd Desktop respetando las mayúsculas y minúsculas. Qué paciencia…

Al principio me parecía un entorno algo hostil. Aunque muchos programas que tenía en Windows tenían su versión en GNU/Linux (algunos incluso me di cuenta que nacieron originalmente ahí), tenía la sensación de que otros programas que solía utilizar en Windows estaban prácticamente inexistentes en GNU/Linux, por lo que a veces me volvía loco para saber cómo llegar a instalar cierto programa. Esto hasta que me topé con una GUI llamada gestor de paquetes Synaptic, que venía pre-instalado en Ubuntu (el cual más tarde me enteré de que era lo mismo que trabajar por línea de comandos con aptitude).

Con mis ganas de aprender y con mis ganas de curiosear, poco a poco fui acostumbrándome a la mecánica de funcionamiento de Ubuntu y del software libre en general. Más tarde acabé empezando a ser un poco distro-hopper, probando a instalar otras distribuciones de GNU/Linux en otros discos duros o en máquinas virtuales para ir aprendiendo también un poco por mi cuenta (empezando por Kubuntu, Xubuntu…).


Desde luego que no me arrepiento de haber pasado por infiernos de haberme cargado el sistema completamente. Por ejemplo, por haber agregado repositorios que no correspondían en mi sistema, por haberme tirado de los pelos al tratar de compilar desde cero sin éxito un programa aun tirando de manual, o por haberme cargado el arranque de forma que no podía cargar ninguno de los dos sistemas que tenía instalados en el ordenador (hola, Busybox).

Con todo ello he ido aprendiendo, y con tiempo y paciencia acabé entendiendo cómo funcionaban las cosas en GNU/Linux. También acabé dándome cuenta que hasta entonces con otros sistemas operativos a los que estaba acostumbrado, no podía tener la misma libertad que la que me brindaba GNU/Linux u otros sistemas operativos libres. Es una experiencia que sin duda recomendaría a cualquier usuario interesado que esté empezando a moverse por el mundillo de GNU/Linux y del software libre.

Las imágenes publicadas aquí no forman parte de la realidad relatada en esta entrada, sino que tan solo se tratan de meras recreaciones.

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